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La crisis del euro y el TLC

 

 

 

Análisis del profesor invitado del CID Eduardo Sarmiento sobre los efectos del TLC entre Colombia y Estados Unidos.

 

 
 

A menos de un mes de haber entrado en vigencia el Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos, el invitado especial del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID), Eduardo Sarmiento, director del Centro de Estudios Económicos de la Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito, analiza las implicaciones que traerá para el país la aprobación de un acuerdo comercial concebido, según él, a partir del mismo principio teórico del libre mercado con el cual se fundamentó la apertura económica y el euro.

Eduardo Sarmiento Palacio
Director Centro de Estudios Económicos
Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito


Bogotá D.C., 08-jun-2012 (Comunicaciones CID). El TLC cada vez aparece más extemporáneo. Cuando la iniciativa empezó a discutirse en el gobierno de Clinton se consideraba que el libre mercado era una bendición que favorecía a todos los participantes. De acuerdo con el principio de ventaja comparativa, esperaban que la reducción de los aranceles y el libre movimiento  de capitales propiciaran una elevación de la productividad y salarios que favorecían a los dos socios. Se suponía que la producción de bienes de ventaja comparativa garantiza la demanda y conduce a la solución más eficiente.

La experiencia de la apertura en Colombia controvirtió la creencia. El país tiene la ventaja comparativa en productos que carecen de demanda externa. La desregulación arancelaria provocó una confrontación de las actividades protegidas en la industria y la agricultura, y no tuvo una contraprestación en las actividades de  ventaja comparativa. Los costos superaron con creces los beneficios y se manifestaron a todos los niveles. En los veinte años que siguieron a la adopción de la apertura la economía colombiana experimentó el menor crecimiento del siglo, las tasas de desempleo más altas y un severo retroceso en la distribución del ingreso.

A nivel mundial también se confirmó que el libre comercio no es un intercambio neutral de bienes de ventaja comparativa, sino una confrontación por productos comunes. La competencia para aumentar las exportaciones colocó los salarios por debajo de la productividad y amplió la brecha entre trabajadores calificados y no calificados. La nivelación de los salarios se hizo a la baja. En todos los países disminuyó la participación del trabajo en el PIB, se dispararon las ganancias empresariales y se ampliaron las desigualdades de ingresos.

El desbalance no solo acentuó las desigualdades sino que interfirió con el crecimiento y la estabilidad mundial. Los bajos ingresos del trabajo y las enormes ganancias del capital dieron lugar a un exceso de ahorro que quebró el orden económico internacional. Y como la población no está en capacidad para adquirir los bienes que pueden elaborar, la economía evoluciona por debajo de sus posibilidades en materia de producción y empleo y está expuesta a una gran inestabilidad. La resistencia a aceptar esta realidad y enfrentarla constituye la principal explicación de la recesión 2008 y de la posterior recaída.

La mejor ilustración está en la unión europea. El euro tuvo entre sus creadores y defensores a los más distinguidos pensadores económicos y pretendía ser la pieza perfecta para consolidar una integración entre países tan perfecta como la existente dentro de ellos. El sistema opera con una moneda única, un banco central conjunto y reglas económicas homogéneas de comportamiento. Durante mucho tiempo apareció como el modelo que debía extenderse a todo el universo y regir el orden económico internacional.

Lamentablemente, la organización giró en torno al más puro fundamentalismo de mercado. Basados en la misma teoría de ventaja comparativa de Ricardo de principios del siglo XIX, dieron por hecho que el comercio y las exportaciones son determinadas por las condiciones relativas independientemente del nivel de desarrollo y la competitividad de los países. Así, las economías con menores productividades absolutas, como Grecia, España, Portugal, Italia, están en las mismas condiciones de Alemania para equilibrar la balanza de pagos y el pleno empleo.

En este contexto, la recuperación de Europa ha girado totalmente alrededor de la austeridad en la forma de represión salarial y recorte de política fiscal. Luego de cinco años el resultado es un completo fracaso. En la actualidad más de la mitad de Europa se precipitó en recesión.

Se incurrió en las concepciones macroeconómicas dominantes que establecen que los países pueden lograr la estabilidad cambiaria y el pleno empleo dentro de cualquier régimen con políticas fiscales o monetarias. El diagnóstico es totalmente equivocado cuando la recesión se origina por la pérdida de la competitividad externa que aumenta el déficit en cuenta corriente, como ocurre en Grecia, España, Portugal e Italia. Las políticas expansivas reactivan la producción a cambio de elevar el endeudamiento y los déficits en cuenta corriente, en tanto que las contractivas reducen los déficits en cuenta corriente y el endeudamiento a cambio de acentuar la recesión.

El resultado contradice la idea fuerza del euro de que las economías con grandes diferencias de productividad se pueden normalizar por la vía del mercado o de las políticas fiscales y monetarias aisladas. Las enormes diferencias acumuladas de competitividad entre Alemania y las economías periféricas sólo se pueden corregir mediante devaluaciones drásticas, que quiebra la moneda única. En la práctica significa el retiro de Grecia y luego de España, Italia, etc. Lo grave es que el problema de Europa no para ahí. Las devaluaciones sólo son viables si las economías mayores de Alemania y Francia adoptan políticas expansivas que les permitan colocar sus productos.

Curiosamente, muchas de las teorías que fracasaron con el euro son las mismas que sirvieron de referencia para el TLC. En particular se dio por dado de que lo importante en las relaciones internacionales son las ventajas comparativas y no las condiciones de competitividad de desarrollo en los países. Pues bien, no obstante que Colombia opera con productividades inferiores a las de Estados Unidos, le dio toda clase de ventajas. Estados Unidos reduce los aranceles, que ya lo había hecho en la mayoría de los productos en virtud  de la ATPDEA, a 3% y Colombia lo hace al 13%. Estados Unidos mantiene los subsidios a la agricultura y Colombia renuncia a los aranceles. El régimen de patentes es mucho más restringido que el existente a nivel internacional. Colombia mantiene un sistema de cambio flotante con intervenciones menores, en tanto que Estados Unidos opera con la moneda de reserva que le permite intervenir abiertamente en el mercado.

Las asimetrías de la negociación aparecen en todos los estudios que muestran que el expediente aumentará las importaciones tres veces más que las exportaciones. El país tendrá que pagar las gabelas con desequilibrios cambiarios o reducciones de los ingresos laborales, como sucedió con la apertura. Ojalá que las experiencias del euro y del TLC sirvan para que se entienda que la inserción internacional no es un problema de ventajas comparativas sectoriales, sino de confrontación en que los que van adelante obtienen las mayores ventajas, que mal pueden contrarrestarse renunciando a los instrumentos comerciales y cambiarios.

Los TLC con Estados Unidos representan una interferencia con la integración latinoamericana orientada a ampliar los mercados internos y propiciar la industrialización. Los países quedan en condiciones de triangular el intercambio comercial, adquiriendo las importaciones en Estados Unidos y colocándolas a mayores precios en la región. Se convierten en facilitadores de las importaciones y las multinacionales en contra del valor agregado y el empleo nacional.

La aprobación del TLC se inició cuando las teorías de comercio internacional estaban en todo su furor y la aprobación se da cuando están totalmente desprestigiadas. Todas las evidencias señalan que el libre comercio envilece los salarios y amplía las brechas entre trabajadores calificados y no calificados, propicia desbalances financieros entre los países y regiones y torna más frecuentes las recesiones y las crisis cambiarias. En la forma como está concebido, el Tratado le significará a Colombia el alejamiento de la industrialización, la agricultura temperada y el avance tecnológico. El país mantiene la estructura subalterna de mediados del siglo XX dominada por la minería y los servicios, que redundará en crecimiento modesto, empleo inadecuado y deterioro de la distribución del ingreso.