Transiciones utópicas en la Colombia distópica: la vida en el centro

Transiciones utópicas en la Colombia distópica: la vida en el centro

Crédito: Luis Robayo / AFP

 

Agosto 25 de 2021, Bogotá D.C. UN Periódico Digital

 

Alexander Rincón Ruiz, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas e investigador del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL)


En su libro Colombia compleja, Julio Carrizosa nos habla de un país diverso e interrelacionado en múltiples formas, resultado tanto de la variedad de ecosistemas y territorios como de la multiplicidad de culturas y razas, cuyas cosmovisiones y entendimiento de la naturaleza les permiten distintas y complejas formas de relacionarse con el territorio.

En este relacionamiento la naturaleza no es algo externo y ajeno sino que, por el contrario, “ordena” la actividad humana, alejándose de paradigmas como la competitividad y la eficiencia, y acercándose más a ideas como el mantenimiento de la “casa común”, como se menciona en el Laudato Si.

En la Colombia compleja y diversa, una distopía (de muchas posibles) podría ser la de un país que tiende a desaparecer y eliminar la diversidad en todas sus formas; una nación en la que, en vez de complejizar, se tiende a la dualidad y a la simplificación; un país donde los centros pueden llegar a reforzar mucho más una polarización existente como imaginario colectivo, pero inexistente si se analizan los problemas de forma estructural y sistémica, pues más que una lucha de extremos lo que ocurre es una crisis de una complejidad creciente que se puede abordar de las múltiples formas posibles.

No existen puntos medios sino diferentes posibilidades. La idea de centro se concibe como un punto entre la actual distopía (una extrema derecha que desaparece la diversidad) y otras formas que en la práctica se categorizan como un extremo y se rotulan bajo un nombre, creando una sobresimplificación de la realidad, donde se nace y se va siendo simplificado y clasificado por la forma de pensar, sentir y entender; incluso se puede ser asesinado en un marco de impunidad que se sustenta en el mantenimiento de un orden homogéneo que favorece a un pequeño y poderoso segmento del país que es blanco, simplificador y excluyente, que está dispuesto a defender su reducido entendimiento del mundo y que justifica los medios para lograrlo (violencia).

Un país subyugado bajo un régimen totalitario invisible, en el que las fuerzas armadas se alían con grupos paramilitares, no existe credibilidad en los órganos de control como la Fiscalía General de la Nación, la Procuraduría o la Defensoría del Pueblo, todo esto sumado a la desesperanza de las nuevas generaciones en un establecimiento deslegitimado en el cual han tenido que crecer y ser desaparecidos.

La Colombia presente puede ser no solo una distopía hecha realidad sino también una antiutopía donde el dinero del narcotráfico financia campañas presidenciales y una clase “privilegiada”, con el poder de las armas y el dinero, refuerza una homogeneización y un pensamiento de odio a la diferencia que se traduce en “si no lo comprendo no tiene derecho a existir”. Es una sociedad en la que la violencia está a la orden del día (masacres, asesinatos de líderes sociales y ambientales, los mal llamados “falsos positivos”), y se da una desesperanza histórica donde se vende la idea de que no hay ninguna posibilidad de cambio estructural: la antiutopía.

Es el país de la complejidad y la diversidad sumergido en un orden binario y blanco. Es una sociedad polarizada por los medios de comunicación y la existencia de grandes asimetrías, en la que en nombre de la “democracia y los mercados” (eufemismos) se mantiene un falso orden que favorece la exclusión y que se establece a costa del miedo ficticio a una distopía alterna llamada castrochavismo, comunismo, como si en verdad se tuviera que elegir entre dos escenarios no deseados y con esta ilusión elegir un centro.

Esta dualidad desesperanzadora deja mucho que pensar de una sociedad sedada por los medios de comunicación y felizmente indiferente, en la que la neutralidad termina generando mayores divisiones y fortaleciendo el espejismo de una polarización. Más allá de asumir la compleja, sistémica y estructural crisis social, económica y ambiental actual, algunos centros dan, de hecho, un peso similar a las “orillas”, minimizando la gravedad de lo acontecido en el contexto del reciente paro nacional, en el que se cruzaron límites que en una sociedad digna supondrían su condena y repudio total. En la distopía presente se habla de cambios desde “lo posible”, es decir desde las actuales estructuras (corruptas) no resilientes, injustas, excluyentes y violentas que imposibilitan la continuidad de procesos hacia otras transiciones sustentables y el mantenimiento de la diversidad y de la vida.

Construyendo transiciones

El estallido social que inició en Colombia el 21N de 2019 y su continuidad en 2021, evidencia una organización social diversa, que se ha venido consolidando históricamente, principalmente de base pacífica, artística y solidaria en medio del dolor y la tragedia de la represión violenta por parte del Gobierno.  Evidencia una generación más crítica, pero sobre todo empática, que está creando puentes, caminos y abriendo puertas (generalmente cerradas) que posibilitan transiciones no pensadas antes debido a  la indiferencia, el miedo y la violencia entre otras causas.

Lo que puede estar surgiendo es un proceso de “creación” de esperanza (posiblemente sin precedentes en el país), un rompimiento de la maldición distópica, donde es posible pensar en lo “imposible”; se trata del diseño de utopías por parte de una nueva generación que puede, aunque con creces, lograr cambios a largo plazo, pues en la actual estructura de Gobierno solo es pensable la represión, la violencia, el incumplimiento y las respuestas coyunturales. El estallido social se debe pensar como transición hacia otras posibilidades que superen el mesianismo, un movimiento que seguirá creciendo dado los niveles de inconformismo,  se enriquecerá día a día y que, contrario a ser eliminado por la violencia, se fortalecerá gracias a nuevas generaciones más críticas.

Los problemas del país son sistémicos y complejos, es decir no obedecen a una causa lineal o a una suma de causas, y pueden ser vistos más como un resultado de temas estructurales no resueltos. Pensar las problemáticas desde una visión de factores no ayuda, y por lo tanto es necesario estudiar las problemáticas de forma sistémica y las salidas desde la complejidad, de ahí la importancia de pensar en procesos de largo plazo que no son la suma de las condiciones sino resultado de las relaciones entre estas condiciones (lo que se llama una “emergencia” en sistemas complejos).

Las diferentes problemáticas de Colombia son interdependientes y no lineales, con retroalimentaciones en diferentes niveles, pero que tradicionalmente se han conceptualizado de forma disciplinar, simple y lineal, y por ello la inercia a que se tengan respuestas de política erradas (la política antidrogas, por ejemplo).

La ilusión de la polarización claramente no desaparecerá en la política tradicional como evidentemente nunca ha pasado, pero sí se está gestando una sociedad más consciente de que lo económico, lo social y lo ambiental son una construcción conjunta y no una labor de “técnicos” aislados de la realidad del país.

Dado el carácter sistémico, estallidos sociales como los que se manifiestan actualmente en Colombia deben ser entendidos como parte de un proceso de largo plazo pues aportan a la construcción de bases estructurales. Más que “momentos” o “coyunturas” aisladas, estos obedecen a una crisis estructural y surgen por la conexión de múltiples factores. La crisis por la pandemia de COVID-19 solo hizo invivible para muchos lo que ya era invivible para para una parte de la sociedad. Este es un paro que expone una complejidad que va más allá de unas peticiones a negociar (reforma tributaria o a la salud), y que nace de un descontento generalizado hacia el Gobierno, sumado a la miseria y la injusticia.

Una aproximación desde las aulas de pregrado

En el 2000 publicamos el libro Colombia un país por construir, coordinado por el profesor Pedro Amaya (QEPD), una iniciativa generada en Colciencias y acogida por la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), que tenía como fin pensar el país de una forma más integral, a partir del análisis de sus principales problemas críticos; 21 años después surge la idea de tener una nueva versión y para ello hemos iniciado un trabajo con estudiantes de pregrado de los cursos Problemas económicos y Economía, ambiente y alternativas al desarrollo. El objetivo se mantiene: entender las problemáticas de Colombia de una forma sistémica y construir caminos y puentes que posibiliten transiciones diferentes a partir de un análisis más complejo.

En los cursos hay estudiantes de diferentes disciplinas y desde este año las clases han estado interconectadas no solo entre ellas sino con desarrollos previos de semestres anteriores, metodología que permite que los trabajos “finales” sean el inicio de nuevos análisis. Las problemáticas (los estudiantes definieron 45) son conceptualizadas, caracterizadas, comprendidas históricamente y analizadas de una forma interrelacional con el fin de tener un ejercicio de análisis estructural de problemas.

La idea es seguir complejizando y problematizando, algo que se irá escribiendo en cada curso o cursos para intentar tener una mayor capacidad de análisis sistémico y complejo de la diversa realidad colombiana, que posibilite otras formas de entendimiento desde lo colectivo, desde la diversidad y que permitan análisis más integrales, y por tanto nuevas posibilidades de política que permitan construir transiciones utópicas, donde se tenga como centro la vida. Un proceso de aprendizaje a partir de encontrar nuevas conexiones más allá de las disciplinas.

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