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Economía colombiana aún enfrenta rezagos de la Colonia

 “Lo que el muy cristiano burgués del siglo XX no perdona a Hitler no es el crimen como tal, es el crimen contra el
hombre blanco (…) por haber  aplicado a Europa procedimientos colonialistas, que hasta entonces sólo
se destinaban a los árabes, a los coolies de la India, y a los negros de Africa”.

(Aparte de Aimé Césaire en Discours sur le colonialisme, 1955)

Bogotá, 23-Nov-2009 (Prensa CID). Las guerras por la independencia, si bien cancelaron los lazos de subordinación política con la metrópoli española, dejaron intactas las matrices fundamentales del orden colonial. Más aún, el nuevo orden internacional en que América Latina ingresa en los siglos XIX y XX fortaleció la racionalidad colonial previa.

Así lo advirtió Heraclio Bonilla, director del Grupo de Investigación en Historia Económica del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional de Colombia, al inaugurar el seminario internacional ‘La cuestión colonial’ que se realiza durante esta semana en Corferias, con la participación de expertos internacionales como Perry Anderson, de la Universidad de California; Maurice Godelier, de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París; Carlos Sempat Assadourian del Colegio de México, así como académicos de Perú, España, Brasil, República Dominicana, Bolivia, Argentina, India, Haití y Colombia.

Para el académico, “aunque las capitales políticas han dejado formalmente de ser tales, en la práctica la desigualdad en la relación entre el pequeño grupo de privilegiados y la inmensa mayoría del planeta no sólo persiste sino que se incrementa. Sólo que las rivalidades colonialistas dieron paso a acciones concertadas para evitar los conflictos del pasado”.

Bonilla recordó las palabras del pensador mexicano Leopoldo Zea “América Latina es un continente sin historia, porque aquí el pasado y el presente son una y la misma cosa”, con las que sugería que la historia, como proceso, no hace ‘tabla rasa del pasado’ sino que lo reproduce, lo reitera o lo reintegra, en sus desarrollos subsecuentes.

Ya que varios países de la América Latina conmemoran entre 2009 y 2010 sus bicentenarios, cabe recordar que la complicada ‘geografía política’ de la independencia de la región fue un proceso concatenado y continuo, con estructuras coloniales densas y complejas que se intentarán explicar a lo largo de este seminario.

La semana girará en torno a temas como la experiencia colonial del nuevo mundo, la colonización y el problema de la identidad; la experiencia colonial francesa, las dimensiones de la condición colonial, revolución y colonización, y los impactos del colonialismo.

Sin duda, revivir este tema se hace necesario por el peso de ese legado colonial en vastas regiones del planeta, cuya población ve acrecentada sus dificultades económicas y sociales por las brechas crecientes producidas por una globalización en curso. La premisa que gran parte de las naciones desposeídas del mundo tuvo un pasado colonial constituye, en este sentido, el punto de partida de esta reflexión.

Discurso inaugural del seminario, preparado y pronunciado
por Heraclio Bonilla

La Universidad Nacional de Colombia con ocasión del Bicentenario de la independencia del país organizó el Seminario Internacional "La cuestión colonial", dedicado al examen de la génesis, el funcionamiento y las consecuencias de la dominación colonial impuesta por Europa sobre los pueblos de las Américas, de Africa y de Asia desde los inicios del siglo XVI hasta su culminación en el contexto de los grandes movimientos por la descolonización de la segunda mitad del siglo XX.

Las razones de esta convocatoria son, por una parte, reabrir el examen de un problema que estuvo en el centro de los debates del pensamiento social de la primera mitad del siglo XX, y que después fue puesto de lado como consecuencia de otras preocupaciones en la agenda de la investigación y de la reflexión. Ese reexamen es necesario por el peso de ese legado colonial en vastas regiones del planeta, cuya población ve acrecentada sus dificultades económicas y sociales por las brechas crecientes producidas por una globalización en curso. La  premisa que gran parte de las naciones desposeídas del mundo tuvo un pasado colonial constituye, en este sentido, el punto de partida de esta reflexión.

Por otra parte, el análisis del significado de la experiencia colonial para ser coherente y profundo, y por lo tanto para producir resultados de política, solo puede ser planteado en una doble dimensión comparativa: la espacial y la temporal. No fueron idénticas, por ejemplo, las colonizaciones de la temprana edad moderna que Portugal, España e Inglaterra impusieron en las Américas, con las más tardías, bajo la égida del capital, que esas y otras metrópolis europeas establecieron sobre Africa y Asia desde el último tercio del siglo XIX. Lo que significa, además, que los mecanismos y las consecuencias de la colonización fueron diferentes no sólo entre estos diversos continentes, sino también entre regiones significativas dentro de cada continente.

Sólo un esfuerzo para captar la dimensión global del hecho de la colonización permitirá conocer su significado, así como las semejanzas y los contrastes entre estas variadas experiencias.

Son muy escasos esfuerzos de esta naturaleza, y los más significativos se desarrollaron en el marco de las grandes confrontaciones de la II y la III Internacional, o de las conferencias sobre el reparto del planeta y el destino de los pueblos colonizados luego de la II Guerra Mundial.

Finalmente, y con ocasión de los próximos bicentenarios que varios países de la América Latina se aprestan a conmemorar en el 2010, es pertinente recordar, de un lado, que la complicada geografía política de la independencia de la región fue un proceso concatenado y continuo y, sobretodo, que esos hechos de armas tan contradictorios se asientan en estructuras coloniales igualmente densas y complejas, de tal modo que sólo una perspectiva como la que informa este seminario podrá calibrar con precisión las razones de su heterogeneidad. Una perspectiva radical supone examinar las raíces de una situación y no el movimiento de la superficie.

Un observador poco advertido puede tal vez preguntarse si es pertinente congregar a mentes tan brillantes para discutir un problema que remite a un pasado muy lejano, sobre todo en un contexto, como el actual, donde preocupaciones mucho más urgentes demandan una atención mucho más prioritaria. No basta, por cierto, una respuesta afirmativa para disipar ese desconcierto, sino que es necesario señalar con precisión por qué la cuestión colonial sigue siendo central en la agenda académica y en la vida cotidiana de la inmensa mayoría de la población del planeta.

Para empezar, y sólo por razones de caracter heurístico, conviene recordar que toda sociedad colonial es el producto de la guerra y de la conquista impuesta sobre la población nativa, aunque en algunos casos las metrópolis constituyeron colonias de poblamiento al desplazar a parte de su población sobre territorios distantes más o menos vacíos. En este contexto, desde fines del siglo XV hasta el presente, la historia registra tres grandes coyunturas, las cuales se distinguen por su temporalidad, por los espacios, por los mecanismos de colonización, y por sus consecuencias tanto sobre las metrópolis como sobre sus colonias.

La primera experiencia colonial corresponde a los tres siglos, del XVI al XVIII, cuyo anclaje fue la política mercantilista con el propósito de controlar los recursos naturales de las colonias, y las principales rutas de abastecimiento para las metrópolis. Los escenarios más conocidos y mejor documentados fueron las Américas y Africa. Según reporta John H. Elliott sólo entre 1500 y 1650 se extrajeron 181 toneladas de oro y 16,000 toneladas de plata, volúmenes que no incluyen las que salieron de manera ilegal a través del contrabando.

A esta dimensión material deben agregarse los costos humanos de la colonización, es decir la desaparición de 16 millones de mexicas y de 7 u 8 millones de gente de los Andes, en las cuatro décadas que siguieron al arrivo de Hernán Cortés en 1519 a México, y de  la llegada de Francisco Pizarro a Cajamarca en 1532. En el otro extremo del planeta, en Africa, este “descubrimiento” del nuevo mundo implicó al mismo tiempo el redescubrimiento del viejo mundo, con el traslado de cerca de 10 millones de africanos, en condición de esclavos para trabajar en las empresas económicas que resultaron como consecuencia de la colonización. No demanda un esfuerzo muy grande calibrar para ambos continentes las consecuencias, en el corto y en el largo plazo, de estos hechos.

La añeja historiografía sobre la colonización, bajo el nombre de la “leyenda negra” no dejó de registrar la expoliación y el diezmamiento de la población nativa en el pasivo de la colonización, aunque no debe omitirse, como lo recuerda Anthony Pagden que esta expansión estuvo acompañada de una extraordinaria polémica sobre la legitimidad de estos hechos, con la participación de epíritus agudos como Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria, y Juan Ginés de Sepúlveda.

El polémico libro de Barbara y Stanley Stein, La herencia colonial de la América Latina, fue uno de los primeros en señalar las consecuencias de la colonización en el corto y en el largo plazo, tomando la economía y la sociedad como las principales coordenadas de su argumento. No es este el lugar para reconstruir el intenso debate que provocó su libro, sino recordar las dos “herencias”que encuentran consenso entre sus críticos más agudos: en la economía, su condición central de exportadora de materias primas y en el que el sector externo opera como sector líder; en la sociedad, una desigualdad nacida del papel opuesto que jugaron los principales actores del proceso. En sociedades multi-étnicas, como es el caso de las sociedades coloniales, esta desigualdad, por la razón señalada, combinó criterios de “clase”, y criterios de “raza” en la configuración de estas realidades coloniales, con las consecuencias conocidas en términos de exclusión, de racismo y de desprecio a las poblaciones colonizadas y a sus descendientes.

Pero fue Richard Morse en sus conocidos libros El espejo de Próspero y Resonancias del Nuevo Mundo, quien examinó los correlatos políticos de la dominación colonial, en términos de la cultura y la naturaleza de la dominación  ejercida por las instituciones políticas. En clave weberiana, esta dominación “patrimonial”, anclada en una tradición neotomista, y por tanto opuesta y distinta a la herencia anglo- sajona, hizo del Príncipe el epicentro del sistema, a la vez que lo separaba de sus funcionarios, dónde aquél esta regido por su propia ley, y en la que el pueblo no delega sino aliena su soberanía. Un régimen tradicional, por arbitrario, permitió no obstante una notable estabilidad hasta que la vorágine de las guerras por la independencia redujeron sus premisas a escombros. La inestabilidad política del XIX, con la excepción notable de Brasil y de Chile, se debió, en el argumento de Morse, a que los nuevos regímenes no pudieron reconstruir estas premisas políticas, mientras que para sus gentes el señuelo de la ciudadanía y la democracia no alcanzaron a erosionar sus convicciones de vasallos corporativos.

¿El escenario anterior corresponde sólo al extenso período colonial?. Ha sido el pensador mexicano Leopoldo Zea quien acuñó el aforismo “La América Latina es un continente sin historia, porque aquí el pasado y el presente son una y la misma cosa”, y con el cual quería sugerir que la historia, como proceso, no hace “tabla rasa del pasado” sino que lo reproduce, lo reitera o lo reintegra, en sus desarrollos subsecuentes. Es esta persistencia de la dimensión colonial en escenarios posteriores la que también ha sido subrayada por diversos pensadores cuando registran que las guerras por la independencia, si bien cancelaron los lazos de subordinación política con la metrópoli española, no obstante dejaron completamente intactas las matrices fundamentales del orden colonial. Más aún, el nuevo orden internacional en la que la América Latina ingresa en los siglos XIX y XX no hizo sino fortalecer la racionalidad colonial previa.

Una paradoja no menor la constituye la geografía de las guerras por la independencia y la peculiar participación que en ellas tuvieron la población nativa y afro-descendiente. Geografía que configura un arco que van desde las disidencias tempranas, Caracas y Buenos Aires, hasta los fidelismos más durables, Lima y México, y a fortiori Cuba. Como también la adhesión al rey y al régimen colonial, paradójicamente, de quienes debieran haber recibido más bien con entusiasmo la promesa de la independencia traída en vilo por gentes como San Martín y Bolívar. Los Agualongos no fueron figuras insólitas del Pasto colonial, sino que tuvieron émulos desde el sur del Río Grande hasta la Tierra del Fuego. ¿Aquello explica, también, por qué la Metrópoli no delegó a sus ejércitos formales la custodia de sus colonias sino al final del régimen, cuando su recuperación era ya un imposible por la debacle económica y política de España, es decir que unos y otros, colonizados y colonos, interiorizaron muy pronto su condición, sin necesidad alguna de coerción externa?.

Estas son preguntas que ensombrecen las luces de las “conmemoraciones” en curso, pero que aguardan una explicación razonada y razonable. Luego del interregno de la expansión británica por el planeta entero, y cuyos instrumentos fundamentales fueron el free trade, y la exportación de capitales bajo la forma de inversiones de portafolio, lo que constituyó para la periferia una inflexión importante porque pasó de ser una exportadora a una importadora neta de capitales, se abre una segunda modalidad de colonización.

Su punto de partida fue el inicio de la fase B del ciclo de Kondratieff, cuando el declive de las economías metropolitanas las obliga a buscar por todo el mundo áreas rentables de inverión y de captación de recursos. Se dará además en el contexto de pugnas y rivalidades entre estas potencias, bajo el acicate de transformaciones significativas en sus repectivas economías domésticas, y donde el capital financiero empezará a asegurar su hegemonía. Con los capitales, migró igualemente la población europea: se calcula que entre 1870 y 1914 cerca de cuarenta millones de europeos se desplazaron a los nuevos territorios. Las expansiones coloniales más importantes correspondieron a Inglaterra y Francia, y en menor medida también a Bélgica, Alemania, Holanda, Italia, Portugal, España, Rusia, Japón, y los Estados Unidos de Norteamérica. Como resultado, en 1914 Europa dominó  la mitad del mundo y cerca del 65 % de su población.

En contraste con la primera colonización, la que empieza en el último tercio del siglo XIX se realiza bajo la égida del capital, y de ahí que sus mecanismos de expansión, como sus consecuencias, sean distintas. Se prioriza la inversión de capitales metropolitanos en las áreas más rentables de la periferia colonial, así como el control de sus mercados para absorver la sopreproducción de sus industrias nativas.

También, otro de los objetivos trazados fue la apropiación de los recursos naturales, utilizados como insumos para sus industrias domésticas, y en cuya explotación la baratura de la mano de obra nativa fue un componente esencial. Paul Bairoch ha estimado que la brecha entre entre los niveles de ingreso de los europeos  y  de los colonizados pasó en siglo y medio de 1.5 a 1, a otra de 5.2 a 1. Por cierto que los actores no sólo fueron los agentes del capital, sino que estuvieron acompañados por brigadas de religiosos, de educadores, de hombres de ciencia, a quienes se les asignó la noble tarea de expandir la civilización occidental por todo el planeta…

Las modalidades y las consecuencias de esta nueva experiencia de colonización fueron diversas, dependiendo de los contextos y de los momentos específicos. Se gobernaron  las colonias de manera directa o indirecta, y para lo cual se transformaron y se coptaron las jefaturas nativas de control político. Las transformaciones que se dieron no sólo fueron en el orden material, sino que la sociedad, la polìtica y la cultura de los pueblos sometidos fueron alterados. Entre estos últimos, los cambios en el dominio de la religión y de la lengua merecen destacarse. Por cierto, al igual que antes, esta expansión colonial no hubiera sido efectiva de no haber contado los colonizadores con la colaboración, o la complicidad, de la élites locales.

Esta expansión colonial tuvo como correlato la construcción de una visión del colonizado, es decir del “otro”, que poco tenía que ver con su representado, sino que era más bien  el resultado de una conjunción de estereotipos, que no sólo decían más sobre los colonizadores y que terminaron sirviendo a los fines de la colonización, como lo demostrara en su momento Edward Said en su admirable libro Orientalismo. Pero este sesgo eurocéntrico y occidental no se expresó solamente en la metamorfosis del “otro” y de su realidad, sino que tuvo connotaciones en la producción del conocimiento por parte no sólo de los europeos, sino de la inteligencia que paradójicamente buscaba cancelar la dominación colonial. La obra entera de Ranahit Guha y de la escuela de Estudios Subalternos de la India, es un claro ejemplo de este combate, esta vez, por la descolonización del conocimiento.

Las rivalidades entre las potencias coloniales, como se sabe, estuvieron en el origen de las dos grandes convulsiones mundiales de la primera mitad del siglo XX. Pero también la explotación colonial terminó por crear las bases de su resistencia y de la posterior liberación.

Obras como Portrait d’un colonisateur, portrait d’un colonisé de Albert Memmi; Les damnés de la terre de Frantz Fanon; o el Discours sur le colonialisme de Aimé Césaire abrieron el camino a la rebelión al mostrar el papel regenerador de la violencia revolucionaria, o la mímesis entre colonizador y colonizado. Pronto al verbo sucedió la acción: Bandung, Argelia, Indochina, India…

Los movimientos contra la descolonización, y cuyos escenarios más recientes fueron Africa y Asia terminaron confundiéndose con la cuestión nacional y cuyo desenlace fue contradictorio. Como lo señalara con lucidez el peruano José Carlos Mariátegui en sus Puntos de vista antiimperialista, las luchas anti-coloniales por la liberación de los pueblos engloban grupos y clases heterogéneos, pero cuya victoria deja pendiente la cuestión decisiva de quién asume el liderazgo y la dirección. Porque otra de las consecuencias de la colonización fue establecer las bases de la emergencia de un “colonialismo sin colonos” después de la liberación, es decir la reproducción de criterios coloniales de desigualdad y de exclusión en un escenario de países ahora independientes, problema que en un pasado reciente fue examinado, y no es una mera casualidad, por los mexicanos Pablo Gonzáles Casanova y Rodolfo Stavenhagen ¿La colonización, fenómeno del pasado?. Por cierto que las metrópolis políticas han dejado formalmente de ser tales, pero en la práctica la asimetría en la relación entre el pequeño grupo de privilegiados y la inmensa mayoría del planeta no sólo persiste sino que se incrementa. Sólo que las rivalidades imperialistas dieron paso a acciones concertadas para evitar los conflictos del pasado, a la manera como paradójicamente lo había previsto Bernstein.

En el Moby Dick o La Ballena Blanca de Herman Melville existe un pasaje, citado por Jorge Bruce en su libro Nos habíamos choleado tanto dedicado la indagación psicoanalítica de los correlatos de la colonización, en la que describe la Lima colonial en los siguientes términos:

“Y no es el recuerdo de sus terremotos destructores de catedrales , ni el desborde de su mar enloquecido, ni la crueldad de sus áridos cielos que nunca llueven, ni la vista de su inmenso campo de chapiteles inclinados, cúpulas torcidas, cruces en ángulo (como los mástiles oblicuos de las flotas ancladas) ni sus calles suburbanas, donde las paredes se precipitan  unas sobre otras como un mazo de cartas desparramadas, no es nada de eso lo que hace de Lima la ciudad más triste que pueda verse. Porque Lima se ha cubierto con el velo blanco y hay en la blancura de su dolor un horror más grande. Antigua como Pizarro, esta blancura mantiene eternamente nuevas las ruinas de Lima: no deja que penetre en ellas el verde alegre de la ruina absoluta y esparce sobre sus rotos bastiones la rígida palidez de un cuerpo apoplético que inmoviliza sus propias distorsiones”.

Este texto me parece una descripción precisa de un paisaje configurado por la colonización, donde la blancura de la superficie camufla otros colores de la ignominia y de la miseria.

Last but not the very least, porque más bien debiera haber empezado por lo que ahora voy a decir: mi profundo agradecimiento a cada uno y una de las amigas y los  amigos que están aquí, por haber aceptado alejarse de sus labores habituales, a fin de enseñarnos y compartir sus experiencias, y con ellos mi gratitud igualmente a las prestigiosas instituciones que con generosidad facilitaron su presencia.

Seminario Internacional "La Cuestión Colonial", Bogotá, Auditorio de Corferias, noviembre 23 de 2009

 
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