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Debate Universitario. Educación e historia: ¿Plaza Santander o Plaza Che?

 

 

 

Debate Universitario es el nuevo espacio que el CID abre con el objetivo de fomentar la discusión académica.

 




Bogotá D.C. 12-mar-2012 (Prensa CID). Con el ánimo de brindar un espacio que promueva la discusión académica y  conocer los diversos puntos de vista sobre temas de interés para la comunidad universitaria, el Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) abre la sección ‘Debate Universitario’.

En esta primera entrega, Comunicaciones CID publica los artículos de opinión, registrados en dos medios informativos, de Juan Luis Rodríguez, profesor de la carrera de Arquitectura de la UN, y de Fernando Sánchez Torres, profesor retirado de la Facultad de Medicina de la UN y ex rector de esta Alma Máter, quienes polemizan sobre el nombre de la plaza central de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá.

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¿Plaza John Lenin?* 

Juan Luis Rodríguez
Profesor carrera de Arquitectura
Universidad Nacional de Colombia


¿Sigue siendo el Che Guevara el símbolo más apropiado para el movimiento estudiantil en Colombia?

Como estudiante de arquitectura de la Universidad de los Andes, recuerdo que salir de taller un viernes a las seis de la tarde era como pasar por una zona en alerta por huracán. Ahora, como profesor de la Universidad Nacional, salir de taller un viernes a las ocho de la noche y pasar por la Plaza Che, se parece más a lo que uno puede ver un domingo en el Parque Nacional. Entre todo lo que pasa, lo que más me sorprende es que siempre hay gente bailando tango.

Con motivo del reciente paro universitario, la actividad y el ambiente en la plaza se intensificaron, o al menos así lo percibimos quienes anduvimos por ahí, tratando de aprovechar el tiempo en busca de mejores soluciones que la del gobierno para el futuro de la educación pública.

La agenda estudiantil era muy apretada. Además de las marchas y la planificación y coordinación de actividades, había reuniones de estudiantes y profesores a toda hora y de todo tipo. Unos aprovecharon para expandirse contra el intervencionismo norteamericano a través de la Unesco y del TLC, otros para criticar al gobierno por arrodillarse, unos más para desquitarse del rector o el decano de su facultad, y algunos pocos para discutir la contrapropuesta a la reforma de la Ley 30. Como profesor que apoya el paro y los ideales que lo inspiran, me hice parte de un grupo que intentaba analizar la “estética de la protesta”, buscando dar soluciones para que fuera visualmente más efectiva.

Se trataba de multiplicar iniciativas como la abrazatón y la besatón, o la marcha con antorchas, caracterizadas por su pacifismo, su aceptación pública y su efectividad mediática. También buscábamos evitar actos de vandalismo que, si bien son rechazados por la mayoría, se sabe que quienes los cometen no son necesariamente militantes de las Farc, sino estudiantes que todavía creen en métodos y símbolos de otras épocas.

Uno de estos símbolos es el Che Guevara. Un duro entre duros, tan famoso por su idealismo como por su intransigencia, convencido desde el hígado de que por las buenas no se hace una revolución. Si la protesta estudiantil continuara como muchos quisiéramos, y se encauzara de tal modo que el gobierno entienda que la educación es el mejor negocio posible para la puesta al día de un país como Colombia, no se me ocurre peor héroe que un personaje con un fusil como instrumento de trabajo. Por eso, la Plaza Che debería reconsiderarse como símbolo y cambiar de nombre.

¿Qué puede pensar una persona que entra a la plaza y descubre a los legendarios Che Guevara y Camilo Torres frente a frente? ¿Qué pensaría la misma persona si encontrara, por ejemplo, un dibujo gigante de John Lennon y Yoko Ono desnudos, uno encima del otro? Convengamos, por lo menos, en que el mensaje sería otro.

La toponimia se utiliza en calles, edificios y plazas por igual, por lo general con sentido conmemorativo. Avenida Caracas, Avenida Luis Carlos Galán, Plaza del Chorro de Quevedo o Torre Eiffel son nombres que recuerdan y celebran, pero no simbolizan nada o su símbolo no se relaciona con el nombre. Por ejemplo, la Plaza de Bolívar no simboliza la Independencia y la libertad sino el poder. Pero la Plaza Che es diferente: simboliza la rebeldía y la revolución, por medio de una figura que es para muchos un ideólogo, para muchas un buenmozo, y un salvaje para mis estándares actuales. Acepto que fue el guerrillero por excelencia, el gran teórico de la guerrilla latinoamericana, y el “Jesús” de la fe en la violencia como partera de la historia. Era un hombre –joven– de su época, una época cuyos errores no hemos dejado de pagar y cuyas culpas aún cargamos. Pero en todo caso una época que ya pasó y tan ajena a los jóvenes de hoy como lo fue la Independencia durante los setenta.

Sugiero entonces abrir un debate para ver quién o qué podría convertirse en el nuevo símbolo de la plaza y de esta generación de estudiantes. No sería la primera vez que este espacio cambia de nombre. Hasta 1976 se llamó Plaza Santander, y fueron precisamente “los estudiantes” quienes, mediante un acto simbólico en el que decapitaron la estatua de Francisco de Paula Santander –el Hombre de las Leyes–, pusieron en su lugar un árbol y pintaron a Ernesto Guevara en la pared del auditorio. No sobra recordar que en refuerzo del acto los revolucionarios del momento colgaron la estatua de un puente peatonal.

Un nuevo cambio de nombre podría no agradarle a quienes se tomaron la plaza la primera vez. ¿Y qué? A quienes tiene que gustar y para quienes debe tener significado es para sus dueños actuales. Además, es probable que mientras la mayoría de los revolucionarios de entonces se sintiera a gusto con un héroe violento, la mayoría de los jóvenes de hoy preferiría un maestro de la palabra a un maestro de las armas. O, cuando menos, sentirían más afinidad con la nueva consigna “No todo vale” que con el viejo díctum “Todas las formas de lucha”.

Recordemos también que al penúltimo rector, Marco Palacios, le dio por restituir al general Santander pero no pudo porque los mismos estudiantes que protestaban contra el gobierno de turno lo impidieron. Si respetamos la historia, solo a los estudiantes les corresponde decidir el destino de un espacio cuya mayor potencia arquitectónica está en lo que simboliza.

Acuerdo no habrá, eso es seguro, porque cuando se trata de símbolos la unanimidad también suele ser inalcanzable. Ni siquiera en la India están de acuerdo en que Gandhi sea tan importante. Los sikhs, para quienes el atuendo es una cuestión simbólica, lo consideran un flaquito semidesnudo y más bien afeminado; los musulmanes, un impío; y los más indios, un mal defensor de sus tradiciones.

Mi voto para sustituir al revolucionario de fusil que domina la plaza sería John Lenin, el personaje del humorista Jaime Garzón, un revolucionario armado de consignas pacifistas y gestos humorísticos. Un candidato alterno podría ser Alfonso López Pumarejo, gestor no solo de la Universidad Nacional “moderna” sino de la educación pública en Colombia. Si López se levantara de la tumba, creo que se haría el harakiri al ver lo que está por suceder en nombre de las finanzas públicas, cuando se olvida que una buena educación pública debería considerarse una “locomotora” en un país tan rezagado como Colombia. Entre los dos, sin embargo, me quedo con el compañero John Lenin, o Jaime Garzón, porque su lección de humor e inteligencia jamás estará fuera de sitio en un claustro universitario.

En la pared del frente, en lugar de Camilo Torres, y en una especie de “Panteón revolucionario”, me parece que deberían estar personajes como Gandhi, Lennon y López Pumarejo. Y para ser fieles a la historia, las imágenes del Che y Camilo Torres deberían permanecer, acompañadas de un retrato del general Santander, como símbolo de que a la revolución también se llega por las leyes.

Justo cuando había dado este artículo por terminado, recibí por correo electrónico una foto del día de la marcha nacional, retocada por unos estudiantes que evidentemente no están de acuerdo con desterrar al Che. En lugar de una Plaza John Lenin, ellos sugieren una Plaza Che-Lenin, o Che-Garzón, que no solo los deja más satisfechos sino que a mí me pone a revaluar la idea de ser tan intransigente con el símbolo. Si bien mi desaprobación con el personaje histórico se mantiene intacta, hablando de símbolos, y de historia de la cultura, debo reconocer que “el punto” planteado mediante esta imagen tiene argumentos que vale la pena considerar en serio.

Pero, más allá de cuál sea la nueva simbología, insisto en que debería reflejar el sentir de los estudiantes en cada momento histórico. Ellos –y nadie más– son los dueños de la plaza.

*Artículo publicado en la columna Paseos citadinos de la revista El Malpensante, edición 126 - diciembre de 2012.

 

Ignominioso trato*

 

Fernando Sánchez Torres
Profesor retirado Facultad de Medicina
Universidad Nacional de Colombia


En época de cordura histórica, la plaza principal de la UN fue bautizada con el nombre de Santander.

En el 'El Malpensante' (126, correspondiente al mes de diciembre), en su columna 'Paseos citadinos', el arquitecto Juan Luis Rodríguez lanza la peregrina idea de que la plaza principal del campus de la Universidad Nacional (UN), en donde es profesor, debería cambiar el nombre actual de 'Che Guevara' por el de John Lenin, o por el de Jaime Garzón. Respalda su propuesta con la tesis de que la época de la guerrilla latinoamericana ya pasó y, por lo tanto, es "tan ajena a los jóvenes de hoy como lo fue la Independencia durante los 70". Según él, el nombre "debería reflejar el sentir de los estudiantes en cada momento histórico. Ellos -y nadie más- son los dueños de la plaza."

Es lamentable que el arquitecto Rodríguez haga abstracción del profesorado y de los ex alumnos, que -así lo creo- somos también parte fundamental de la comunidad y del transcurrir universitarios. A diferencia de los estudiantes -y, al parecer, de algunos docentes-, quienes conformamos dichos estamentos conocemos nuestra historia patria y respetamos la memoria de quienes forjaron nuestra nacionalidad. Es lo menos que se nos debe exigir.

Pudiera pensarse que la mencionada sugerencia fuera un chiste o una inocentada. Quizás. De no serlo, como sospecho, da pie para repasar la historia y aceptar que se trata de una injustificable ofensa a uno de nuestros grandes próceres: Francisco de Paula Santander. Veamos por qué:

El 6 de octubre de 1820, en su carácter de Vicepresidente de la República y encargado del poder ejecutivo, Santander expide el decreto sobre instrucción pública para hacerse acreedor al título de 'Fundador de la Educación en Colombia', como acertadamente lo llamara don Salvador Camacho Roldán. Más luego, con la Constitución y leyes de 1821, emprende su magna obra, que fue la fundación de escuelas, colegios, universidades y museos. Dado que no contaba con recursos suficientes, las rentas y los edificios de los conventos se utilizaron para poner a funcionar escuelas en Mariquita, Honda, Ocaña y Valledupar. En 1822 funda el Colegio San Simón en Ibagué, el Boyacá en Tunja, el Santa Librada en Cali; en 1823, los de Pamplona, Valencia y Panamá, y en 1824, los de San Gil, Vélez, El Socorro, Cartagena, Santo Tomás de Angostura y el de Guanare, en Venezuela.

El colegio de Cartagena se inició con carácter universitario, pues se le orientó hacia la medicina, la filosofía, las ciencias eclesiásticas y el derecho. Ya antes, en 1820, rinde un homenaje a Tunja al declarar que el convento de San Francisco fuera convertido en un centro de enseñanza superior con reconocimiento oficial. Igual sucedió años después con el colegio seminario de Popayán. Como si fuera poco, crea sendas universidades públicas (con el nombre de Universidad Central) en Santafé, Caracas y Quito.

Al recordar las ejecutorias de Santander en el campo de la educación, todos debemos sentir pena por la ofensa que a su memoria se le ha infligido en la UN, primera universidad pública de Colombia. Su efigie, que debiera estar presente siempre en su campus como reconocimiento a su ímproba contribución a la educación por cuenta del Estado, brilla por su ausencia.

En una época de cordura histórica, la plaza principal fue bautizada con su nombre y en ella se levantó un busto suyo. En los días del 'boom' castrista, busto y nombre fueron derribados y a cambio se consagraron los de un aventurero extranjero, con quien los colombianos no tuvimos ni tenemos deuda alguna. La indolencia e ignorancia histórica, más que la pasión política, de profesores y estudiantes que a diario cruzan la Plaza Santander han permitido que se mantenga viva esta ignominia, esta afrenta al fundador de nuestra nacionalidad democrática y de la educación pública, la misma que se reclama hoy con admirada vehemencia.

* Artículo publicado en el periódico El Tiempo - 5 de enero de 2012.


 


 
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